No contentos con el control de la abrumadora mayoría de los órganos de expresión, los gobernantes quieren acallar toda voz crítica.
Un rasgo notable de esta actitud -que se ubica en una estrategia mayor de represión e intimidación- es colocar a los directores y los propietarios de medios como responsables de informaciones o artículos de opinión que desagradan al poder.
Tal conducta es jurídicamente insostenible. El responsable de un texto es quien lo escribe y lo firma.
Hace 61 años, en

Allí vemos cómo en el siglo XIX se aplicaban métodos como el considerar responsables de textos al periodista y al director de la publicación, y hasta a los dueños de la imprenta en que ésta se editaba.
Manuel González Prada y otros han documentado cómo esas restricciones se acompañaban a veces de contundentes golpizas al escritor y el director, a más de empastelamiento de los caracteres tipográficos, cuando no el afiatado balazo.
Esos métodos continuaron en el siglo XX, particularmente contra la prensa obrera de los anarquistas, y más tarde contra los órganos del socialismo y el aprismo nacientes.

Fueron las dictaduras las que actualizaron y aun agravaron los desmanes clásicos. Apenas aupado en el poder, el comandante Luis M. Sánchez Cerro dictó en 1930 una Ley de Imprenta. Se lee en ésta: “Si el edictor (sic) no presenta el original firmado por el autor, o éste no puede ser habido, el edictor será castigado como coautor del delito”.
Los delitos que se castigaban según ese Decreto-Ley eran, entre otros, la difamación y la injuria.
También la Ley de Imprenta, Ley 9034, rubricada por Oscar R. Benavides en noviembre de 1939, castigaba a

Esta tradición funesta se ha reavivado ahora, sin decreto o ley que la encubra.
La judicialización extralegal puede conducir a un abuso sin límites. Un director podría ser citado por la justicia por cualquier motivo: por errores o infracciones en las secciones de policiales, deportes, locales, cultura, economía, espectáculos, etc.
En ese caso, un director -si incomoda al poder- bien puede instalar una carpa frente a los tribunales, para pernoctar allí todas las noches, a fin de acudir oportunamente a las citaciones.
Si la idea era amedrentar, no habrá logrado éxito; pero habrá originado un espectáculo novedoso y llamativo.
Escrito por César Lévano/LA PRIMERA
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