20 nov 2008

LA TELE Y LA FELICIDAD

Los profesores de ciencias sociales John Robinson y Steve Martin, de la Universidad de Maryland, han terminado un estudio gigantesco que ha abarcado a unos 30,000 adultos monitoreados por un lapso que va desde el año 1975 al 2006.

El objetivo de la observación era establecer una relación estadística y metódicamente rigurosa entre el consumo de televisión y el grado de felicidad. Se entenderá que esta definición es muy elusiva, de modo que Robinson y Martin tuvieron que aceptar el carácter restrictivo de algunos de sus parámetros: el avance en cuanto a autorrealización personal se refiere, la sensación de haber cumplido con aquellas pocas metas emocionales que cada uno puede considerar importantes, la relación con la pareja, la unidad familiar y el diálogo con el entorno social.

El estudio, que se publicará en el número de diciembre de “Social Indicators Research”, una publicación de la famosa empresa Springer Science+Business Media, confirma lo que algunos habían intuido desde hace muchísimo tiempo: los menos felices ven más televisión (un 30% más, para ser precisos) y la caja boba opera como una auténtica adicción: brinda una pasajera sensación de bienestar y garantiza un duradero y a veces culposo malestar.

Y es que la TV aparta a sus víctimas de los placeres de la vida social y cultural, deteriora la comunicación entre los miembros de una familia, fomenta el aislamiento y construye –o ayuda a construir- una realidad paralela que es más bien un simulacro, una aproximación ideológica y, muchas veces, un sucedáneo mentiroso administrado como narcótico.

La televisión seduce sobre todo a las personas que tienen dificultades para relacionarse y se ofrece como un consuelo que, a la larga, agudizará esa sensación de soledad (soledad de a dos en muchos casos) y hará más fuerte y más alto el muro que ese sentimiento de no pertenencia a la comunidad ha levantado.

Las personas que en el estudio demostraron no sentirse felices con su matrimonio encontraron en el rito del televisor el pretexto perfecto para alejarse aún más de su pareja. Y es que el prestigio del “consumo informativo” de la TV se mantiene intacto, a pesar de que otros estudios demuestran que los noticieros televisivos están mucho más dedicados a priorizar la información de acuerdo al sello político de cada estación en lugar de brindar una mirada amplia y relativamente imparcial de lo que de veras sucede en el mundo.

El hecho de que la TV, además, se ofrezca como un medio vívido y fácil, cálido y sin otro requisito que el de entender el lenguaje en que se está emitiendo, hace que los muy jóvenes se habitúen a ella con cada vez más precocidad. Como se sabe, Giovanni Sartori, el mayor crítico de la devastación cultural producida por la TV, ha escrito varios ensayos al respecto.

¿Qué es lo que los menos infelices hacen en los tiempos de ocio que los más infelices dedican a la TV? El estudio que comentamos lo dice sin tapujos: leer periódicos, por ejemplo. Hay una relación directa entre la abstinencia de lectura y el atragantamiento de contenidos televisivos.

Después de este estudio podemos decir, a despecho de lo que maúllen algunos resignados comentaristas de TV, que lo que nació con un inmenso potencial de mejorar la educación popular se ha convertido en un obstáculo para la información y en una vía endovenosa por donde gotea el tóxico de la banalización (incluyendo la banalización del sufrimiento, la guerra como espectáculo y la imbecilidad como discurso cotidiano). En resumen, ya podemos decir que la TV es el método perfecto -el más perfecto por ser masivo como ningún otro- para alienar al hombre.

Cuando Feuerbach describió la alienación religiosa como un proceso que termina haciendo del hombre un esclavo de sus propias fantasías y cuando Marx apuntó, hablando de lo mismo, que en el capitalismo el trabajador será extrañado de sí mismo y despojado del don de crear (al que “reemplazará” el deber de servir), ninguno de los dos imaginó siquiera lo que habría de lograr la televisión en manos de quienes heredaron las hilanderías inglesas donde los proletarios y los niños que allí se extenuaban estaban condenados a ser extensiones de las máquinas.

Hoy esos infelices trabajan menos horas y el tiempo que les sobra se lo dedican a la televisión. El círculo parece haberse cerrado. El círculo de tiza caucasiano.
Escrito por César Hildebrandt/LA PRIMERA

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