
Los peruanos residentes en Barcelona que recientemente formamos la PQP, tras el Petrogate, y antes de lo deseado, organizamos nuestro primer acto público. Nos preocupa la impunidad de la corrupción en el país, pero más aún la creciente represión a periodistas, ONGs, sindicatos, intelectuales, y a todos los que Alan García califica de perros de hortelano: “minorías” que son carne de cañón de modelos económicos transnochados y de violentas represiones.
En el local del Sindicat de Periodistes de Catalunya, del que soy dirigente, y tras solidarizarnos con César Lévano por las amenazas recibidas, intervenimos Ursula Santa Cruz, presidenta de la PQP, quien enumeró los objetivos de la plataforma; Enric Bastardes, secretario general de la Federación de Sindicatos de Periodistas española, explicando los problemas que para la libertad de expresión

Ubicado a sólo media cuadra de la céntrica Plaza Cataluña, el local del sindicato quedó pequeño. Muchos peruanos, y catalanes, preocupados por los informes sobre corrupción, llenaron la sala principal y dos pequeñas salas contiguas. En posiciones “estratégicas”, se ubicaron militantes apristas. Nuestras exposiciones fueron breves, para ceder la palabra a los asistentes, pero los seguidores de García trataron de sabotear la reunión acaparando el uso de la palabra, negándose a preguntar y acusándonos a los expositores de parciales.
Los asistentes reaccionaron y a gritos obligaron a los apristas a callarse. Por un momento pareció que se pasaría al combate físico. Pero los otros apristas, los de la sonrisa y la buena educación, es decir, el otro cañón de la escopeta, hicieron las señas convenidas y los “búfalos” se calmaron.
En Cataluña, nos dijo después un militante de un partido local, los franquistas reventaban las reuniones como lo intentaron hacer los apristas. Quedó en evidencia que la libertad de expresión, con los apristas cerca, es un derecho por el que hay que luchar.
Escrito por Rafaél Drinot Silva/LA PRIMERA
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