27 dic 2008

CRÍSIS AMENAZA EUROPA

"Mientras que en octubre, no sin algo de orgullo, Europa era un espectador más del colapso de Wall Street, en noviembre y diciembre la gran ola de la crisis financiera amenaza con fustigar duramente a las naciones del otro lado del Atlántico. ¿Qué hará el Viejo Continente para evitar una caída?".

No le había temblado la mano durante los minutos que duró la catástrofe.

Sostenía una cámara de video, y a través de ella había visto cómo la Gran Ola había abierto sus fauces para tragarse las playas. Había visto a los bañistas correr y al agua apoderarse de la arena, de las playeras, de las sombrillas, de las embarcaciones. Había visto a la Gran Ola devorarse las piscinas de los hoteles, los hoteles mismos y las calles de la ciudad. El micrófono de su cámara incluso había captado las burlas de su esposa y una carcajada. Pero poco después, lo último que vio en su cámara fue al agua entrar por las puertas del salón de su propia casa. La cámara empezó a moverse, y el hombre que filmaba debió entonces apurar su paso para salvarse el pellejo. Subió a un segundo piso, entre los gritos de su mujer, y desde allí, ya no él, sino su hijo, siguió filmando -esta vez, sin embargo, la triste escena de cómo la marea se llevaba las pertenencias de la familia-.

Son imágenes del tsunami de 2004 en el Océano Índico; y todo el mundo las conoce (basta con escribir tsunami en el buscador de YouTube). Una analogía con el tsunami de 2008 -ese que ha sumergido al mundo financiero en la mayor crisis de los últimos ochenta años- no es disparatada. Es, de hecho, muy apropiada. Y en especial si dirigimos la mirada hacia lo que viene pasando en Europa desde comienzos de noviembre hasta la fecha, pues el Viejo Continente es hoy una réplica perfecta del hombre de la cámara en Tailandia.

En los últimos meses, Europa ha pasado de ser -en octubre- un soberbio espectador de lo que ocurría con los mercados financieros y los fondos de inversión libre en Estados Unidos, a ser -en noviembre- el consternado cliente de los bancos americanos buscando protegerse del raudo cauce de la crisis. Y ha terminado siendo -en diciembre- una víctima más, desesperada, que ahora busca salvar lo que puede de las corrientes del tsunami financiero mundial para sobrevivir.

¿Qué pasó con Europa, la presumida, la que desde la entrada del euro en 1999 jamás había caído en una recesión? ¿Y qué hará ahora para salir de la crisis en que está envuelta sin que le pase lo que le pasó al camarógrafo aficionado y su familia en Phuket? Por ahora, lo único que se sabe es que la catástrofe global no ha terminado y que en Europa las consecuencias se sentirán a largo plazo, pues el agua sigue subiendo.

Y en las últimas dos semanas el oleaje en las costas del Viejo Continente ha sido más recio que nunca. Alemania, por ejemplo, ha debido abrir una sombrilla de generosidad (y necesidad) para salvaguardar bajo ella a gigantes de la industria automotriz como Opel, Volkswagen y Porsche, así como a algunos de sus más sólidos bancos (por ejemplo, el Banco Federado de Baviera, BayernLB); todo a través de millonarias inyecciones financieras.

En Francia, para sorpresa de todos, el derechista y neoconservador Nicolas Sarkozy ha debido ponerse la camiseta roja del socialismo, le ha declarado la guerra frontal al "capitalismo del laissez-faire" (a "la dictadura del mercado", como también dijo); y lleva semanas capitaneando un insospechado giro hacia el control fiscal, el proteccionismo y la sanción, muy bien blindado por serias amenazas de nacionalización y por la promesa, incluso, de crear de la nada miles de empleos absolutamente subsidiados por el Estado.

Y en Holanda, Italia, España y las demás naciones de la Unión Europea íntimamente enganchadas en el sistema financiero global, el desarrollo de las cosas no ha sido muy distinto.

Es cierto que la economía de la llamada Eurozona está temblando, y en gran medida esto tiene que ver con la crisis global desatada tras el estallido de las burbujas inmobiliaria y crediticia en Nueva York. Pero sería limitado atribuirle todo a los eventos del "octubre negro" de Wall Street. El olor a recesión ya se venía sintiendo en Europa desde comienzos de año (y ni hablar de las docenas de clarividentes economistas que habían previsto el nuevo crash de Wall Street).

Según cifras de The Economist, en el primer trimestre de este año la cartera del Viejo Continente ya se había encogido significativamente, y hasta junio las finanzas se habían mantenido tercamente en la misma línea: con el PIB de un continente como Europa, que exporta casi lo mismo que exporta, cayendo en fases sucesivas hasta alcanzar la recesión. La crisis, pues, había llegado a Europa antes de Estados Unidos y Gran Bretaña.

Sin embargo en el continente europeo la palabra recesión es algo muy distinto de lo que significa para países como Estados Unidos y Gran Bretaña (y dicho sea de paso, Colombia). Lo dicen los expertos de The Economist:
recesión significa un aumento del desempleo, pero el desempleo en Europa no aumentó un ápice después de la primera restricción crediticia en el mundo anglosajón. Sólo en España e Irlanda, los dos países más afectados por el diluvio global financiero, aumentó el desempleo. Y en la rígida Italia también. Pero la verdadera columna vertebral del gigante europeo, formada por Alemania y Francia, salió ilesa. El desempleo no subió, y esto mantuvo a la región en relativa estabilidad, mientras el suelo bajo las bolsas de Nueva York y Londres se resquebrajaba.

Pero no sólo The Economist sino todas las voces con algún peso político en Europa exigen actos conjuntos de las dos grandes economías del continente.
En París ya han comenzado a hacerlo, con la inyección de frenesí de Sarkozy quien además en la actualidad preside el Consejo Europeo. Pero faltan acciones desde Berlín, pues la disparidad entre la economía alemana y el resto de Europa se ensancha con el paso de los días.

Por eso a nadie le extraña que hoy, desde todos los flancos, les estén lloviendo regaños a Angela Merkel y sus ministros. Alemania es la economía más grande de Europa y la cuarta del mundo. Y sin embargo, los tecnócratas de Berlín siguen operando tras bambalinas. Pero ya le llegó la hora a Merkel de sacar pecho y darle la mano a Sarkozy. A los cuatro vientos, todos los medios de Europa insisten en un retorno a las obras de John Maynard Keynes y a John Kenneth Galbraith (¡y a Marx!), quienes (¡salvo Marx!) ya descifraron las fallas de la Gran Depresión de 1929 y dejaron en sus libros las lecciones y los métodos para evitar un nuevo colapso.

Y para la actualidad, la síntesis de estos trabajos es muy concreta: Europa necesita un programa de coyuntura. Ya la Unión Europea planea un alza financiera, sincronizando un aporte de uno por ciento del PIB de parte de todos las naciones miembros y un recorte del IVA para darles aire a los consumidores. Ahora hay que seguir adelante. El tsunami aún no ha devastado todo lo que hay -y está lejos de hacerlo-. Pues, como escribió Michael Elliot en la revista Time, Europa es más fuerte de lo que ella misma piensa.

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